Estamos en el aula. Intentamos nuestro mayor esfuerzo por seguir a la profesora. Nos da terror hablar y equivocarnos. Nos transpiran las manos. La profe me señala y me pide que hable. Intento y la voz me tiembla: no conozco a mis compañeros y no me siento cómodo/a para hablar.
Estos sentimientos son tan comunes en el aula como cantidad de niños la componen.
¿Cómo podemos hacer para que estos alumnos no se frustren y generen la suficiente confianza para hablar?
Casi todas las palabras de nuestra lengua materna son portadoras de carga emocional. No hay significado lingüístico que no esté tamizado por lo emocional. Durante el proceso de adquisición de la lengua materna, las palabras se van incorporando dotadas de sentido experiencial y emocional, que son los responsables de su anclaje en las redes léxicas. Sin embargo, parece que esto no sucede en la L2, pues el simple trasvase de una palabra de una lengua a la segunda no imprime en el nuevo término todos sus valores representacionales.
Experiencia e identidad son partes constitutivas del desarrollo de la competencia lingüística en otra lengua
Esto nos hace pensar en la necesidad de enfoques de enseñanza que relacionen las actividades del aula con el yo que siente y piensa, para que esas palabras cobren un significado en el marco de la propia identidad. Se trataría, en definitiva, de posibilitar las asociaciones de las palabras y el contexto lingüístico con los estímulos de nuestro entorno y nuestro desarrollo emocional. Experiencia e identidad son partes constitutivas del desarrollo de la competencia lingüística en otra lengua. Por lo tanto, la enseñanza de lenguas debe utilizar estrategias que persigan la implicación emocional del alumno con lo que comunica.
Juegos, "¿cómo estás?", trabajos grupales, actividades entretenidas adonde el error sea parte de la clase.
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